2014-03-14

Me dirigía a una encomienda de la chamba y en el trayecto del autobús pasamos frente al parque del colegio Clavijero, ahí vi a los libreros itinerantes. Los he estado viendo en varios lugares desde noviembre del año pasado. Cuando estuvieron en Educación Física vi un libro de Ernesto Sabato (que debí haber comprado), al recordar me vino a la mente a las otras dos vacas sagradas de Argentina: Ernesto Sabato, Jorge Luis Borges y... y; y me quedé en blanco.

Estuve haciendo un enorme esfuerzo cerebral por recuperar el nombre del tercer escritor, sorteé varios nombres: Juan, Carlos, Ernesto, Julian. Si en mi mente enunciaba el primer nombre entonces automáticamente se convocaría el apellido requerido. Como una especie de efecto domino. Pero no lo lograba. Me dio dolor de cabeza. Un dolor de cabeza imaginario, por supuesto, pero esas punzadas imaginarias estaban haciéndome daño, angustiado y acongojado por no poder extraer de mi cerebro un dato que he sabido desde hace varios años. Fueron cinco minutos muy angustiantes. Incluso, le envié un mensaje de celular a mi hermano preguntándole. "Oye, como se llama el vato que escribio Rayuela?" Debía ser el colmo, recordaba la mayor obra del no mentado autor pero no su nombre. Contemplé incluso ir a una librería solo a husmear en sus estantes para ver la portada de Rayuela u otra de sus obras. Antes que mi carnal respondiera yo le envié otro mensaje que rezaba así: "Ya no, ya recordé que es Cortazar". Así como por arte de magia apareció. Julio Cortazar, la tercera vaca sagrada de la literatura argentina.

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